Érase una vez un rebaño de ovejas que pastaban alegremente en el campo.
Cuando en el rebaño surgía un problema y éste se cronificaba, Eufemismo, el pastor, siempre hallaba una solución satisfactoria: le cambiaba el nombre. Con su astucia conseguía que los cándidos ovinos consideraran que cualquier contratiempo presente no tenía relación alguna con el problema pretérito.
Para su demostración recurría a un sencillo silogismo: «Todo lo que existe tiene nombre. Esta problema no tiene nombre. Ergo, este problema no existe».
Tal falacia era aplaudida con entusiasmo por el rebaño, excepto por algunos miembros del mismo que evitaban alzar una voz discordante conscientes de su inferioridad numérica.
Moraleja: la que pongáis en vuestros comentarios.
Un cuento que es muy real. Fiel retrato de la sociedad.
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